viernes, 22 de octubre de 2010

Las cosas simples (a Don Jose Carbajal, El Sabalero)

Hacer bien las cosas simples………………….. es lo más complicado que hay, - no es fácil ¡!
Sin embargo hay gente capaz de hacerlo………….naturalmente. Cantar como quien habla entre amigos, vaso de “algo” mediante. Nada de inventos raros ni de costumbres importadas. Cantar a las cosas nuestras, a la gente nuestra, a los anónimos de todas las esquinas, de todos los bares, de los pueblos de “tierradentro”!
Más que cantar, existe gente capaz de contar historias, o mejor dicho, -contar sus recuerdos. Y no hace falta decir que esos recuerdos son el común denominador de varias de nuestras generaciones, incluyendo la mía! - “…el que no haya tenido un perro que se le fue poniendo viejo, el que no haya pateado piedritas cuando iba a hacer los mandados………el que no haya corrido panaderos, - ese…….donde esta?”
Aquellos que me conocen, saben bien que viví buena parte de mi vida fuera del Uruguay, que es mi país natal. Pero lo que solo saben aquellos que también vivieron afuera es el significado de las cosas nuestras, no las cosas extravagantes que les mostramos a los turistas para decirles lo desarrollados que somos, sino las cosas simples, las de todos los días. Los bizcochos de grasa de la panadería de la esquina, la garrapiñada de invierno caminando por 18, los paseos por la rambla, de tardecita, sin prisa, el picadito en el campito baldío, el choripan a la salida del estadio.
El que vive afuera, como supe yo, aprende con mayor facilidad a valorar las tradiciones que nos identifican como pueblo, nuestras costumbres, nuestro “folklore”
Estando allá lejos y hace ya bastante tiempo, de las cosas que me mantenía vigente como ser uruguayo, eran los mates de mi vieja con yerba Sara o Armiño (que yo iba a buscar siendo muchachito cruzando 2 horas de ciudad enorme para llegar al único lugar que las vendían) y los discos de vinilo de mi tío Aldo. En ellos aprendí quienes eran Chalar, Zitarrosa entre otros y por supuesto, no podía faltar, don Jose Carbajal. Este último era mi preferido. Finalmente podía cantar con letra lo que mi viejo silbaba o tarareaba apenas, entre pedacitos desencontrados de un tal “pantalón cortito”. La sencillita, A mi gente, Chiquillada, eran mi cultura en medio a una tierra linda, pero de cultura diferente.
Cuando volví al Uruguay, muchachote ya, me di cuenta que aquellas canciones me habían enseñado a seguir siendo “de acá”. Solamente tuve que reavivar los recuerdos, el saborcito de los asados, el olor a jazmín en cada esquina, el grito de gol dentro del estadio, el grito tradicional de La Pasiva: - marchan dos al aguaaaaa!! . La sencillez de las cosas nuestras. Creo que gran parte de esos recuerdos, se los debía (y aún debo) al “Sabalero”.
Al final de cuentas, quien mejor que el para contarnos sin floreos aquello que somos??
Cuando me toque a mi despedirme, pretendo reservar un lugarcito en el tablado donde toca el Sabalero junto con otros grandes (que no se si estará arriba o abajo) para desde el otro lado seguir cantando a mis cosas. Mientras tanto descorcho un vinito tinto, claro está, y me mando un vaso en su honor.

Salú